Las empresas de familia tienen un socio principal que a veces no es tenido en cuenta:
¿ Sabemos cuánto pesa la opinión de la esposa del Jefe Máximo?
Con fino humor rioplatense, nos escriben esta nota desde Buenos Aires.
Las empresas de familia tienen que trascender, profesionalizarse aún más para afianzarse en este mercado tan competitivo y muchas veces implacable. IBM era una empresa familiar y ahora son sus dueños gente de la primera, la segunda y hasta la tercera generación.
Es posible que algunos de ustedes aún no hayan tenido la ocasión de fundar su propia empresa de familia, pero muy probablemente están trabajando en una de ellas o lo hicieron alguna vez, por lo tanto saben de qué estamos hablando. Si observamos bien, veremos cómo se repiten los modelos en unas y otras empresas familiares; de hecho: está comprobado que el 95% de ellas fueron fundadas por hombres, los que el 100% de los casos fueron autorizados por su mujer. ¿No lo cree?
La esposa tiene nada menos que el 50% del valor total de la empresa (si todavía duda, pregúnteselo a sus amigos empresarios que se divorciaron) e influye (o contribuye) en el 100% de los grandes terremotos, aquellos capaces de movilizar las más sólidas estructuras. Ella es quien le hace sentir al Jefe que él es la máxima autoridad, de quien todo depende económica y profesionalmente, el Hombre que tomará las decisiones importantes y que finalmente marcará el rumbo de los acontecimientos. Muchas veces son tan convincentes, que ellos hasta se lo creen.
Pero la realidad es que ella ejerce tal influencia en la actitud de él, que uno -como analista organizacional- nunca tiene bien claro los objetivos empresariales hasta que conoce a la esposa del presidente de la compañía. Claro, esta no es una regla matemática, pero se repite tantas veces que parece que lo fuera. La influencia femenina muchas veces es sutil, otras, claramente definida, pero siempre determinante.
Ella es la única persona que -si trabaja o no dentro de la empresa- puede encontrar el momento apropiado, de día o de noche, en el auto o en la fiesta, en el cine o en un cumpleaños, etc., para ejercer su autoridad a través de otro, siendo que ese otro es -nada menos que- el presidente de la empresa. Esta silenciosa genialidad hace que uno respete y escuche con humildad todo comentario.
El perfil patriarca
Este buen hombre, que empezó su empresa casi sin darse cuenta y sólo pensando en darle de comer a su familia, se encuentra ahora frente a una responsabilidad que puede llegar a causarle el tan elitista stress (quien no lo padece, se quedó del lado de afuera) e invirtiendo todo su tiempo: el que se supone que son horas laborables, el que se supone es para la familia, o para el fin de semana, o para dormir, etc., de modo que no basta con ser un empresario full-time y pasa ser un full-live, con todas las consecuencias que tal estado le traerá aparejado a nivel matrimonial.
Además, a este mismo buen hombre no sólo se le ocurre trabajar 18 horas por día, sino también reinvertir el producido de su trabajo por un año tras otro, sacrificando vacaciones y muchos fines de semana.
A esta altura de los acontecimientos, aparecen las preguntas, pero son preguntas hechas por nada menos que el 50% de la compañía -la esposa- y taladran el cerebro de nuestro presidente una y otra vez: «¿Hasta cuándo vamos a reinvertir? ¿Cuándo vamos a disfrutar de nuestro tiempo? ¿Cuándo vamos a gozar de lo que tenemos?»… Convengamos que no son pensamientos tan disparatados.
Imagen familiar.
A todo esto, los chicos ya se van poniendo grandes y lentamente ingresan en la organización, situación que a veces termina por complicar el panorama.
Queda claro que en este juego no hay buenos y malos, pero siempre habrá dos opiniones sobre un mismo tema: cuando uno analiza cada una, descubre que las dos tienen una parte de la razón y eso si es bueno, pues pensar diferente enriquece a las partes. Lo difícil se produce cuando una de ellas cree tener toda la razón y no escucha o no acepta las razones de la otra.
Pero volvamos al iniciador de la historia: nuestro buen hombre -que a veces se cree inmortal- merece el mayor de los respetos. Él hizo una empresa de la nada y la hizo trabajando, sacrificando horas de sueño y diversión; se siente el gestor y tiene razón, es el padre de todo esto y realmente es como si la empresa fuera otro hijo, un vástago al que los de la carne y hueso suelen celar porque papá le dedicó muchas más horas que a ellos…
Esta segunda generación -que viene con tanto poder de crítica- es estadísticamente en un 75% de los casos la encargada de fundir a la empresa que fundó el padre, haciendo desaparecer tanto sacrificio… muchas veces por los ya mencionados celos.
Ciertamente, está probado que es la primera generación la que tiene el rol capitalista, es decir, que retiran lo menos posible del producido de la empresa, mientras que los de la segunda generación -también estadísticamente- es casi imposible que sean socios o accionistas. Esto se produce sencillamente porque se trata de una mayor cantidad de personas y es normal que piensen muy diferente entre sí. Por otra parte, suele suceder que ese papá fundador no supo transmitirles la importancia de ser buenos herederos de tanto esfuerzo. Esto es tan así, que cuando no ocurre con los de la segunda generación, termina ocurriendo con los de la tercera…
A esta nueva altura de los acontecimientos, el patriarca fundador piensa cosas como ésta: «Me pasé 25 años construyendo esta hermosa propiedad y ahora resulta que mis hijos prefieren irse a vivir a un departamento, pero ¿qué les pasa?»… Y no es que sea malo irse a vivir a un departamento, no, lo malo es creer que no hay mejor forma de vivir que en esa mansión, construida en tantos años de esfuerzos y sacrificios…
El día después
La adecuada sucesión es todo un tema y generalmente falla por la misma falta de previsión del fundador -quizás por eso de creerse inmortal- pero también por falta de objetivos claros. Cuando los hijos que ya trabajan en la empresa empiezan a pensar: «papá antes trabajaba full-time y ahora rompe part-time», significa que la comunicación está quebrada y viene llegando la hora de dar un paso al costado: tal vez sea lo mejor, vamos, ya es tiempo de dedicarse un poco a uno mismo, ¿nos es lo que le viene diciendo su esposa desde hace no sé cuántos años?. Y no se preocupe tanto por el futuro, que las empresas familiares siguen y seguirán existiendo -acá en Argentina y en todas partes- para cimentar la economía de los países, para dar trabajo a muchas personas y abrir sus puertas, siempre generosamente, para aprender en ellas y de ellas.