Los tiempos de cambios que estamos transitando, mas los que se vienen, nos demuestran que tendremos que convivir con la incertidumbre como elemento cotidiano, y considerar que la tan preciada, estabilidad, ya fue.
Esos compartimientos estancos, que nos brindaban solidez, compatible con la del bunker, que por muchos años nos ofrecieron cierto efecto tranquilizador, así como el hecho de tener una empresa cuanto más grande en estructura edilicia = más seguridad, cuantos más años en el mercado = más seguridad (hoy ya no es así), el escenario empresarial ha cambiado tanto que si estos son hoy, elementos de nuestro desarrollo en la compañía, serán en parte, los responsables de que nuestra empresa se convierta en una bóveda, y en alguno de los ataúdes yacerá nuestro rechazo al cambio, nuestra inflexibilidad, nuestra manera de parapetarnos en los escritorios, nuestra creencia facilista de pensar que aunque no hagamos ningún cambio igual permaneceremos.
Las tormentas de ideas van de la mano con la creatividad, eslabón indispensable de esta cadena. La necesidad de reinventarse entra en este juego, y tiene que ver con que si logramos posicionarnos fuertemente en el mercado tanto en productos como en servicios tenemos la implacable premisa de saber que caerá en la obsolescencia debido a la rápida actitud de cambio de estos tiempos y antes que esto suceda tenemos que aplicar la reinventiva es decir competir con nosotros mismos antes que lo haga otro.
Los cambios de época obligan a caer en posturas extremas, donde bandos irreconciliables se trenzan en agrias polémicas. La era digital, entra también en esta juego donde todos estaremos simultáneamente interconectados en tiempo real a través de microteléfonos, cables de banda ancha, imágenes virtuales y correos electrónicos, con un único lenguaje; los íconos.
Ambos escenarios futuros, el optimista y el temeroso, son igualmente verosímiles, sin que podamos saber a ciencia cierta en qué grado ni con qué amplitud se cumplirán cada uno de los contrapuestos pronósticos que se nos formulan.
Y esto es así porque, en efecto, literalmente, todo puede pasar. La única seguridad que tenemos es que ya no hay ningún determinismo forzoso: ni tecnológico, ni económico, ni ideológico. El futuro no está escrito sino que es incierto, en el sentido de que está abierto a todas las contingencias previsibles e imprevistas. Así que la que está por venir es tanto una sociedad de riesgos como de oportunidades, lo que la convierte en una sorprendente sociedad de la incertidumbre.
Tendremos que acostumbrarnos a cambiar. Cuando el futuro nos parecía estar escrito de antemano, la vida era un estrecho sendero lineal de sentido único, que estábamos predestinados a recorrer a lo largo de nuestras vidas. Hoy ya no es así, ahora se ha convertido en un ramillete de encrucijadas donde a cada paso nos asaltará el dilema de no saber si nos enfrentamos a una oportunidad o a un riesgo. Y esta incertidumbre nos obligará a prepararnos para cualquier eventualidad. De ahí que el curso futuro de nuestras vidas se parecerá no a un relato lineal, como sucedía antes, sino a un laberinto.
La flexibilidad laboral determinará que, conforme se vaya imponiendo las nuevas relaciones contractuales en vez de un solo empleo vitalicio dispondremos de diversos empleos fragmentarios y discontinuos a lo largo de la vida. Esto nos obligará a reconvertirnos profesionalmente al compás del cambio tecnológico, adquiriendo a cada paso nueva formación especializada. Y este pluralismo conyugal determinará que, en lugar de un solo matrimonio indisoluble, experimentemos una sucesión de uniones de parejas discontinuas y perecederas. Lo cual exigirá abandonar nuestros hogares y fundar otros nuevos, transformando nuestras relaciones familiares. De ahí que la carrera vital ya no será unilineal, vertebrada por una sola pareja y un solo trabajo, sino pluralista y discontinua, al quedar cruzada por múltiples parejas, múltiples trabajos y múltiples hogares. En consecuencia, la estructura de la carrera vital resultará alterada.
También la frontera entre juventud y edad adulta se hará permeable, tornándose cada vez más indefinida y diluida. En efecto, los nuevos adultos, obligados a cambiar con frecuencia tanto de empleo como de pareja, deberán comportarse otra vez como jóvenes, dispuestos a adquirir nueva formación profesional y nuevas experiencias amorosas. Y eso les hará más flexibles (compatible con la juventud), contagiándose de los estilos de vida experimentales, interactivos que acostumbra desarrollar la juventud. Pero también los jóvenes cambiarán, al saber que sus destinos adultos habrán de ser cada vez más frágiles e inciertos. De ahí que también la juventud se transforme, adquiriendo con temprana precocidad comportamientos adultos experimentales.
En suma, las biografías del próximo futuro cambiarán en el sentido de adaptarse a su transformación continua. La adquisición y el cambio de los conocimientos no concluirá con la juventud sino que continuará desarrollándose a todo lo largo del ciclo de vida, que se transformará en un proceso continuo de (re)educación permanente. Y eso desdibujara la frontera que había entre la juventud y los adultos, es decir que, según esta nueva era: los adultos se convertirán en jóvenes tardíos y los jóvenes se transformarán en adultos precoces
Aprender a desaprender para volver a aprender será parte de nuestras vidas.
La indispensable base de la pirámide de Maslow (necesidades básicas satisfechas) que generaba individuos «razonablemente» aceptables desde el punto de vista psicológico, ahora se ha corrido, se ha desplazado y será difícil de acceder a ella, por lo tanto tendremos que adaptarnos y considerar a la incertidumbre como parte de este mundo globalizado y mutante que ofrece también grandes oportunidades a todos aquellos que sean capaces de modificar arraigados paradigmas.