Es sabido que para generar un crecimiento adecuado y sostenido, en cualquier empresa, y tanto para los empleados como para la organización, hay que instrumentar la herramienta de delegación.
Siempre hay un punto de inflexión donde se hace inexorable la necesidad de delegar funciones. Generalmente es, cuando los directivos, están realizando tareas operativas, o tienen la sensación de estar siempre “apagando incendios” o corriendo detrás de los problemas sin poder ser preventivos.
Estos son síntomas de una enfermedad instalada en nuestra mente: si la tarea no la hago yo, no la hace nadie, o nadie hace las cosas mejor que yo. En esta trampa, o estamos actualmente atrapados o lo hemos estado, o lo estaremos, por lo tanto no se debe descuidar.
Si vemos que las horas del día no nos alcanzan, que nos desborda la actividad, tenemos que pensar, si la tarea que estamos haciendo en este mismo momento, es delegable, si la respuesta es sí, hay que ponerse a pensar cómo delegarla, y hay pasos a seguir:
– Encontrar la persona adecuada
– Explicar claramente los objetivos
– Dar la autoridad necesaria y los medios para realizar la tarea
– Mantenerse en contacto brindando apoyo, sin ahogar
– Demostrar confianza
En la delegación hay unas cuantas trampas vinculadas con nuestras propias inseguridades y temor a perder notabilidad. Nuestra personalidad genera una gran cantidad de mecanismos defensivos contra los miedos a perder prestigio, entre otros.
Muchas veces estos mismos miedos hacen que pongamos palos en la rueda de nuestro colaborador, ya que si se equivoca, vuelve nuestro principal enemigo, el pensamiento: nadie lo hace mejor que yo, siempre latente, siempre vigente, siempre entorpecedor.
A veces uno se siente mucho más amenazado con los aciertos del subordinado que con sus errores. Por eso es necesario autoevaluarnos, porque si en general nunca encontramos en quien delegar, es posible que la falla esté más hacia adentro que hacia fuera de nosotros mismos.
Queda claro que uno delega la autoridad, para realizar la tarea, pero la responsabilidad, del resultado final, sigue siendo nuestra, por eso estamos singularmente “atados” a la capacidad y accionar de nuestro elegido.
La delegación es tan delicada, que puede influir directamente en la motivación del empleado, ya que si cuestionamos la autoridad frente a otras personas, por ejemplo, lograremos una caída en su autoestima, por lo tanto lo exponemos al error, y vamos asociados a eso.
Puede suceder también que el subordinado sienta temor a asumir su rol, entonces se hace necesaria la contención y acompañamiento por parte del jefe.
En el proceso de delegación, hay que estar preparado para el error y aprender de él. Las presiones de tiempo laboral puede ser un buen
punto de partida, donde se hace indispensable delegar, para destrabar la actividad.
También existen los que están en el otro extremo, exageran al delegar: la asignación de trabajos indiscriminados no es delegar es “descargar” eso genera: agotamiento, confusión, temor, inseguridad.
Convoca a la frustración, nada bueno.
Delegar es entregar lo que a nosotros nos gustaría aferrarnos: la autoridad Y aferrarnos a los que nos gustaría entregar: la responsabilidad, por eso es compleja su implementación.
En general en toda relación humana si uno tiene buenas expectativas frente a lo que espera del otro, obtiene mejores resultados que si hace lo contrario.
Dentro de las organizaciones queda claro que no delegar detiene el crecimiento tanto de la compañía como de sus empleados. La delegación es un laberinto por el que hay que incursionar, siguiendo los pasos adecuados se puede lograr un óptimo resultado en el proceso.