Los hombres somos seres sociales por definición y esto nos lleva a vivir en grupo. A los fines organizativos del mismo surgió la necesidad de definir un líder que genere aglutinamiento y conducción hacia los objetivos sociales desde los más básicos como ser la alimentación hasta los más elevados como se refleja en al campo religioso.
Aquellos que se han ubicado por arriba de otros y han logrado trascender por sus obras o emociones generadas han recibido la calificación de ser líderes carismáticos o transformadores.
La palabra, líder, proviene de “leader”, del inglés “to lead” y significa conducir, dirigir; pero, más allá de las palabras, las características de estos individuos los distingue del resto de su grupo de referencia.
Generalmente dispone de una personalidad que convoca y logra que el grupo vea en él la suma de sus anhelos y deseos.
Hace uso de un atractivo que se vincula con el imaginario de su grupo lo que conlleva a la identificación del mismo en él y es tomado como modelo a seguir.
Esto le da validez y vigencia a su liderazgo y se relaciona con la historia de sus lideratos.
El líder cumple una función primordial ya que es el que resume las esperanzas de su gente, visualiza el futuro por lograr y da impulso superlativo a las capacidades intrínsecas de su grupo u organización.
En la empresa, sabe que su misión es llevar a la organización a los fines prefijados y quizás más allá. También sabe que la misma debe conformarse en un sistema de aprendizaje a fin del modelar al ‘grupo’.
Tiene en claro que se requiere el aprendizaje grupal en forma continua y que el desarrollo se concreta sólo cuando las ideas se convierten en hechos. El líder siempre avalará las situaciones nuevas aún cuando no hay nada más complejo que tomar decisiones estratégicas (de impacto futuro).
La figura del líder concentra el objetivo compartido y de él se desprenden los lineamientos, herramientas y emociones necesarias para alcanzar al mismo.
Resulta un gran comunicador (independientemente de su discurso verbal) y motivador ya que estimula e induce a su grupo hacia el trabajo y el esfuerzo.
Evita la incertidumbre -ya sea por su conocimientos y experiencia o bien por la seguridad de su visión- él sabe que la misma es un poderoso freno para la iniciativa y creatividad de la gente.
Sabe que la capacidad de adaptación al cambio es clave en la sobrevida de su organización. Cada NO que se le presenta resulta un estimulo irrefrenable para buscar el SI.
Su espíritu lo lleva a pensar que “siempre hay una mejor manera de hacer las cosas” y sabe que en su gente reside su mayor capital para ello. Para ello, no hace uso indiscriminado de órdenes, sino, de estímulos, consejos y ejemplo con su accionar.
Estilos.
No hay estilos de liderazgo absolutamente puros, no obstante, -si bien hay distintos enfoques según las escuelas de management- a modo sencillo predominan ciertas características que los agrupan en:
El autocrático: Se centra en la persona del líder pues él asume toda la toma de decisiones, inicia las acciones, dirige, motiva y controla. Suele considerar que solamente él es capaz de tomar decisiones importantes. Exige obediencia y adhesión a sus decisiones y observa la gestión sus subordinados a fin de evitar errores que alteren sus órdenes.
Si bien eficaz en situación de emergencia (de alto riesgo) por la velocidad en la decisión; sojuzga e inhibe la capacidad del grupo.
El participativo/demócrata: Se centra en el líder y su gente ya que es la consulta el eje de su liderazgo. No delega su derecho a la toma decisiones finales y brinda claros lineamientos a sus seguidores, pero los consulta sobre las decisiones que los involucra.
Impulsa a sus colaboradores a asumir más responsabilidad a fin de guiar sus propios destinos. Es un líder que apoya a los individuos y –sin dejar de lado su autoridad final- no asume un rol de dictador.
Es un buen modo en la búsqueda de la naturaleza del problema y resolverlo.
En función del dogmatismo que se aplique este estilo puede clasificarse como democrático o participativo siendo este último el que trabaja con un grupo más amplio y con metas modificables.
De rienda suelta: Se centra en el seguidor ya que la decisión es tomada por los subalternos. Se espera que los subalternos asuman la responsabilidad motivación, guía y control. Excepto por un mínimo de reglas, este estilo, brinda muy poco contacto y apoyo para los seguidores. Evidentemente, el subalterno tiene que ser altamente calificado y capaz para que este enfoque tenga un resultado final satisfactorio de no ser así pueden generarse altos costos y perjuicios para la organización.
Los 3 estilos pueden ser muy buenos o terriblemente malos, según la situación en que la organización se encuentre. La realidad es dinámica, por ende, los estilos de dirección deben ajustarse a las necesidades puntuales de contexto y estructura.
No obstante los estilos de los líderes, se corren el riesgo de ser estos “divinizados o endiosados” y esto puede generar un gran problema en aquellos que no tienen la madurez y/o capacidad para desplegar su rol. La presión emocional que encierra el ejercicio del liderazgo puede generar alteraciones patológicas donde se ven modificadas sus conductas y raciocinios con el natural daño a su entorno y a él mismo.
Debe considerarse que el líder es el receptor de ilusiones, esperanzas, expectativas y deseos y cuando no son alcanzadas, se instala en el grupo un sentido de frustración que genera agresiones y enojos que irán dirigidos hacia su persona. Y como se trata de cuestiones muchas veces irracionales, el impacto será con la energía e intensidad de todo lo emocional.
La eficacia o no de líder siempre estará ligada a la capacidad de éste para satisfacer las mayores expectativas del grupo.
Por último, cabe recordar que, como todo lo conocido en el universo, el líder también tiene un ciclo de vida marcado por un origen; una pendiente en ascenso; el liderazgo efectivo y una pendiente en descenso.
Este camino lo lleva a transitar distintas situaciones que le exigen respuestas y varias. Y en ese marco, el líder puede sucumbir ante la tentación que le brinda el poder y suponer la eternidad en su puesto y así ejercer el mismo en forma abusiva.
En ese punto, éste cae en una cierta miopía y pierde la objetividad requerida para la conducción. Da lugar a caprichos, enconos, delirios; la omnipotencia se apodera de él y se resquebraja la unidad y cohesión necesaria para sobrellevar las dificultades y el esfuerzo. Acto seguido, es probable que el fracaso corone la acción.
Si bien la humildad se puede aprender, ese es un don de los grandes y no siempre los líderes lo son.