En los últimos meses hemos sido testigos de muchos cierres de empresas ya sea por cuestiones internas de las mismas o por las crisis desatadas en el contexto nacional o internacional o la conjunción de ambos.
Esto implicó la pérdida del trabajo de muchas personas y con ello vemos nacer otra crisis de gran magnitud.
El trabajo no solo es la forma por la cual sostenemos económicamente nuestra vida, es también un medio que permite definir niveles jerárquicos, la pertenencia y la ubicación o representatividad en el contexto social. Cumple una función de organizador del individuo; le refiere la ubicación en la sociedad y plantea una meta que se relaciona con el alcanzar un horizonte para su grupo familiar
El trabajo genera un vínculo entre el pasado, el presente y futuro del individuo ya que en él visualiza de donde viene (incluso en sus ancestros), donde se encuentra en el presente y cual es su proyección futura. Esto ya muestra el tremendo impacto que produce en la persona cualquier alteración que sufra su vida laboral.
Cuando, por cualquier razón, se pierde el trabajo; el individuo se encuentra absolutamente confundido dado que ha perdido el sentido, se siente traicionado, aturdido, en un cierto estado de shock y requiere con urgencia volver a ubicarse en contexto y con proyección.
La persona, ante el súbito y traumático cambio, queda suspendida en el espacio tiempo sin poder encontrarse en él y como consecuencia de ello se lesiona fuertemente su autoestima, el respeto a sí mismo y su identidad. Se encuentra impedido de ser el que era. El estado de “desocupado” desintegra su lugar en el contexto social y de identidad cultural.
Algo cambio de un día a otro y la realidad trastoca la visión del ser y generando sentido de culpa, de estar siendo sancionado, maltratado, avergonzado y humillado, mansilla su dignidad y lo hace sentir desterrado de su grupo social, etc. Sin más, se notifica de una sentencia y se ejecuta con la pérdida del trabajo generando en él impotencia y un sentimiento de imposibilidad futura de restablecer el estatus quo.
Específicamente hablo de destierro ya que el castigo que este representa, no se vincula con la simple lejanía, sino, el corte y drástico alejamiento de los vínculos emocionales y culturales que sostienen al individuo en su vida misma haciendo que sea quien es.
La pérdida del trabajo representa el ser “desterrado”, es sufrir la muerte social (en lugar de la civil); es vivir la exclusión. Al individuo, con efecto catarata, lo invade el temor de perder sus afectos o ser rechazado por estos como en su realidad laboral. Vive trágicamente el tener que pedir y eso lo lleva a un mayor sentimiento de indefensión e inseguridad lo que lo induce a posiciones extremas desde la mayor dureza hasta la desesperación supina.
Desde el amor, el saberse necesitado, hasta el sentimiento de sentirse parte, se quita cuando se pierde el lugar. De allí, que al “desempleado” lo invaden sensaciones como el rechazo, la desconfianza, el dolor, la pena y la desesperanza.
El quedarse sin trabajo produce ansiedad y temor ante lo nuevo. ¿Cómo encarar la vida; como plantear el futuro si el presente se encuentra en duda? La ansiedad y la depresión hacen estragos.
Todas emociones que se relacionan con “el duelo” por la “pérdida”, por el ya no ser y el nunca más. El pasaje entre lo vivido y por vivir, entre lo viejo y lo nuevo es coronado por la desorientación, confusión y la despersonalización.
Este “cataclismo” en el fuero interior puede producir tanta incertidumbre e inseguridad que pueden ser origen de problemas de diversa gravedad, desde afecciones psicosomáticas hasta patologías orgánicas y/o trastornos de conducta que afectan a su entorno.
Esto explica fácilmente las crisis que se desencadenan a partir del estar “desocupado”. Problemas conyugales, separaciones, disfunciones sexuales, insomnio, caos familiar, accidentes de todo tipo, etc.
Perder el trabajo es un proceso agónico ya que son tantos los trastornos que se generan que pueden alterar significativamente la salud física y/o psíquica del individuo llevándolo a la apatía; de nula autoestima y finalmente la inducción o desencadenamiento de la muerte física.
Dada la condición social del ser humano, ante una pérdida éste se ve necesitado del apoyo y contención de su entorno a fin de mitigar el sufrimiento y reestablecer rápidamente la continuidad de su vida y el equilibrio físico y emocional.
Así como ante la muerte los allegados se acercan al deudo para expresar su condolencia y señalar su afecto y su disposición para apoyarlo en el devenir; de igual manera se requieren estas manifestaciones para poder superar el “desempleo”.
El “acompañamiento” permite reiniciar la red de vínculos, da respiro y alivio al dolor y brinda la seguridad de ser parte y estar dentro del grupo de pertenencia lo que permite recomponer la integridad y autoestima.
El duelo, no tiene la función de compensar sino la de reestablecer la continuidad.
Debe tenerse presente que una persona que el doliente no tiene un sustituto para compensar la pérdida. Ni los afectos más cercanos alcanzan para tapar la pérdida ya que esta es sentida como irremplazable.
Dado que en la vida lo único constante es el cambio, entonces; dependiendo de cómo se aborda esta problemática; la persona necesita apoyarse en la regularidad de los hechos y la propia continuidad del proceso.
Nuestra psiquis requiere de tener una cierta predicción del futuro, la incertidumbre absoluta inmoviliza y destruye. Día a día nos reconocemos a nosotros mismos y para ello es vital otorgar sentido a las cosas y las personas que nos rodean.
El hecho novedoso (la pérdida) exige una necesaria reorganización –en parte parecida a lo generado en el duelo- que es posible cuando se es inserto en un contexto de conocida y confiable realidad.
La pérdida abrupta y la nueva realidad imperante lo instalan en un limbo que es despejado gracias a la red de contención emocional que lo rodee de tal manera que la continuidad del proceso (de pasado a presente) es mantenida.
Claro esta, que el estar desempleado puede ser sentido como un gran fracaso o ser el principio de una nueva etapa, lo que nos lleva a que, dependiendo de como se asuma puede significar una nueva reorganización, un estímulo hacia la capacidad de adaptación y la aceptación de una estructura o sistema vigente.
La desocupación es vivida como el divorcio, el fallecimiento de un ser querido, etc. no obstante, es un proceso y no un fin ya que deja de ser tal en cuanto se recompone la gestión productiva o laboral y esto es de vital importancia.
La comprensión de los hechos, produce algún sosiego, no obstante, no evita el dolor ni los efectos antes señalados. La verdadera asimilación de la realidad, su evaluación y aprendizaje requiere de tiempo.
El calmante más efectivo para reducir el dolor y los costos por la pérdida del trabajo es la reanudación de la vida laboral… Recuerde que cuando hablamos de trabajo no nos referimos simplemente al ingreso económico, tenga presente el papel de este en la organización individual y familiar, los vínculos sociales, el posicionamiento, la proyección de futuro y la autoestima que de ello se desprende.
Como antes dijimos, el estar desocupado en una realidad transitoria y en gran medida depende de Ud. el corregir esto. Como alguien dijo “no esta muerto quién pelea”, podríamos decir, no esta desocupado el que se ocupa buscando trabajo.